domingo, 17 de julio de 2016

LA CAZA CON HALCÓN EN AL-ANDALUS


La caza con halcón en al-Andalus 

Por Elisa Simon 

A lo largo de la historia de al-Andalus, los soberanos andalusíes disfrutaron del ocio de diversas maneras, siendo una de ellas la caza con halcón. Existe amplia información acerca de esta temática, bien en iconografía en arquetas, cerámica, frescos y fuentes escritas como El Calendario de Córdoba y poesía. 


En este artículo quiero dejar volar un poco la imaginación, para visualizar cómo podía haber transcurrido una jornada de caza con halcón en al-Andalus.

Se organizaba un gran despliegue de gente en el alcázar. Un sinfín de personal de servicio debía organizar los víveres para la comitiva, preparar y engalanar los caballos y reunir lo necesario para la tienda real. 

Por otro lado, el maestro cetrero (sahib al-bayazira) o Gran Halconero y sus ayudantes debían tener ya seleccionados y acondicionados entre ocho y diez aves rapaces, en especial halcones (bazi), así como los hermosos ejemplares de galgos africanos (saluqi). El día de caza se convertía en un evento de grandes dimensiones.




De madrugada, la comitiva aguardaba en el patio del alcázar. Banderas alusivas a los gobernantes ondeaban en el aire, otorgando solemnidad al evento. Los participantes solían ser miembros de la nobleza local, los altos cargos administrativos, como visires y secretarios, demás miembros de la corte, como poetas o músicos, así como algunas de las mujeres del harén. Ellas iban en carros adecuados y lo más cómodas posible. Los cortesanos montados a caballo sobre bellas monturas. Estos nobles y hermosos animales, lucían sus cabezas y pecho adornadas en colores vivos.
Cerraba la comitiva el grupo de sirvientes y esclavos con sus carros y mulas cargadas de los enseres necesarios. 

El maestro halconero a lomo de un robusto caballo, contaba con un número importante de ayudantes. Éstos se ocupaban de tranquilizar a los galgos, que impacientes habían comenzado a ladrar. Estos hermosos y cuidados canes tenían una silueta delgada, con las orejas caídas, cara afilada y ojos pequeños. Su pelo corto y brillante remarcaba entre el pelaje las costillas. Los gobernantes los tenían en alta estima, no sólo por su belleza, sino por su fuerza y velocidad.

El poeta ibn Jafaya, del siglo XII dejó este poema para la eternidad: 


El príncipe caza con perros capaces de larga carrera,

con hocico grande y ojos pequeños,

delgados de flancos, collar al cuello y

de gran experiencia de la caza.

Abren sus fauces para enseñar los dientes como hierros de lanza

y su modo de andar es como lanzas vibrantes.

Siguen el rastro de la caza por el roquero

mientras la noche cubre la tierra con un manto de lunares.

Unos son negros y tienen una mirada tan flameante

que la brasa de sus ojos os lanza tizones de fuego.

Otros tienen una cota teñida de rojo y la correa de cuero

se la han quitado a una estrella fugaz

En un cielo polvoriento.

Galopan tras la pista borrada hace mucho tiempo y

leen las letras de las huellas.

La delgadez ha curvado su lomo de tal suerte

que parecen, cuando la polvareda los esconde,

las medias lunas de los últimos días del mes lunar.” 


El halcón llevaba una caperuza de cuero, que tapaba sus ojos. La rapaz mantenía una postura majestuosa, posado en el antebrazo izquierdo del cetrero, quien se protegía de las garras afiladas, gracias a un guante grueso de cuero. Al-Andalus contaba con varios sitios donde se criaba y amaestraba halcones, siendo los más célebres, los de Niebla (Labla al-hambra), Lisboa, zona de Levante y las Islas Baleares. Estas hermosas aves rapaces lucían un brillante plumaje claro, otros tenían el dorso color plomizo. Su pico curvo imprimía en ellos aires de grandeza y dignidad. 





La jornada de caza se iniciaba cuando el Emir asomaba por la puerta del alcázar, a lomo del más hermoso corcel enjaezado. Según la época del año, vestía una capa larga de terciopelo negro con los filos bordados en hilos de plata, con un cinto ancho de cuero, donde sostenía su espada envainada. La capa de terciopelo cubría la zona trasera del caballo. Lo seguían el príncipe heredero, los demás hijos y la familia cercana, los cuales solían ocupar los puestos más importantes del gobierno.

Por estricto orden jerárquico la comitiva comenzaba a moverse, despejando el patio de armas, cerraba este cortejo los sirvientes y esclavos, que arreaban con las mulas cargadas y tiraban de los carros a rebosar de enseres.

En al-Andalus había distintos lugares para la caza, uno de los favoritos era el valle del río Guadalquivir (wadi el-kebir). La comitiva seguía el camino del río al abrigo de olmos, álamos y sauces. En el valle abundaban aves, como las grullas (garaniq), la perdiz (hayal), la paloma (hamama), el faisán (dik), la avutarda (hubara), la tórtola (qumri) y también liebres y conejos.

Una vez llegados al valle y con los primeros rayos del sol, los sirvientes se ocupaban de preparar y montar la tienda real de grandes dimensiones. Más larga que ancha, en su interior, los sirvientes extendían alfombras o esteras, según la época del año, colocaban mesas bajas de madera labradas, los divanes de viaje, almohadones y todo lo necesario para la comodidad de los asistentes. Los sirvientes de cocina preparaban ricos manjares en abundancia, acompañados de zumos naturales, vino, agua, frutos secos, copas, platos, manteles, no podía fallar nada.

Mientras se realizaba este meticuloso trabajo y ajeno a todo el soberano y su séquito disfrutaban de la belleza de la naturaleza y admiraban la belleza del halcón peregrino.

El maestro cetrero descubría los ojos del halcón y con un gesto del brazo izquierdo lo soltó al aire. Fascinados, observaban la rapaz extendiendo sus grandes alas, mientras volaba en círculo a gran altura, en busca de su presa. 

En tierra, el maestro halconero a caballo vigilaba la rapaz, mientras los ayudantes a pie, se ocupaban de los galgos, que husmeaban inquietos y sus ladridos hizo ahuyentar una grulla que salió volando.

El halcón sin dejar de volar, detectó su presa, clavó su mirada en ella, se lanzó hacia ella a toda velocidad. El halcón cayó en picado desde lo más alto del cielo, hacia la pobre grulla blanca y grande, que consciente del peligro intentó salvar su vida. Sin embargo, el halcón justo antes de estrellarse contra el suelo, aleteó y se colocó en el punto de mira ciego de la presa, es decir, justo detrás y algo por debajo de ella.




En un momento dado, el halcón se volvió de cara hacia su víctima con las alas extendidas y sus garras afiladas hacia delante. Atacó la grulla, la golpeó con sus garras curvas, lo cual produjo un estallido de plumas en el aire seguido de un sonido desgarrador. La grulla se resistió, el combate era a muerte. Picotazos y arañazos hirieron la grulla, hasta dejarla sin aliento. El halcón la inmovilizó con sus garras e inició su descenso. La soltó desde una altura razonable para que los galgos la pudieran localizar. El maestro halconero salió a galope, mientras que sus ayudantes corrían a la par de los galgos, que seguían el rastro de la sangre de su presa. Los galgos ladraron indicando que habían localizado la grulla moribunda. Finalmente los ayudantes del cetrero le dieron una muerte rápida. Por su parte, el halcón, obediente y orgulloso, regresó al brazo de su amo, quien lo premió con generosidad. 

El poeta abd al-Yalil, el murciano ministro del rey al-Mu'tamid de Sevilla escribió este poema: 

El halcón es como un sable tajante en tu mano,

¡Si el sable pudiera tener alma en la confusión del combate!

Pasa la cabeza a través de la larga capucha con la que

le has cubierto y que cae sobre sus hombros como un chal.

Sus miradas están inflamadas por su avidez y

el cielo recibe heridas de sus ojos.

Como el viento, vuela con rapidez;

se diría que el viento reclama a su hijo

que está sobre tu mano derecha.”


Este mismo poeta, improvisó lo siguiente relacionado con el halcón:


En la caza, antes de tí, se seguía una costumbre tradicional,

pero he aquí que tú la has cambiado

de la manera más sorprendente:

¡Tú sueltas los halcones y

cada vez que los sueltas,

les haces don

de los pensamientos de los poetas!”


Los momentos distendidos en la tienda real y sus alrededores, transcurrían entre manjares servidos en grandes platos, vino en copas de cristal y zumos en vasos de cerámica vidriada. El melódico sonido del laúd y el canto femenino daba el toque musical en medio de una ambiente natural del valle, con una suave brisa que acariciaba las hojas de los árboles.

Así podría haber transcurrido un día al aire libre de diversión entre la nobleza y miembros de la corte de los gobernantes andalusíes entre los siglos IX y XIV. 




BIBLIOGRAFIA: 

- Esplendor de al-Andalus, Henrí Pérès – libros Hiperión

- “El Halcón en al-Andalus”, de José Luis Díez Giménez, Doctor en Geografía e Historia UNED

- “La cetrería en la iconografía andalusí”, de Francisco Juez Juarros

IMAGENES DE INTERNET:

- cuaresmapinturanaturaleza.blogspot.com

- pladelafont. Blogspot.com

- “la cetrería en la iconografía andalusí” de Francisco Juez Juarros 









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