La Partida de ajedrez del visir Ibn Ammar
Relato de cómo el visir Ibn ´Ammar salvó a Sevilla gracias a una ingeniosa partida de ajedrez contra el rey Alfonso VI
Por Elisa Simon
El siglo XI se
caracterizó por ser convulso a nivel político y económico, sin embargo
fue de lo más fructífero y sublime a nivel cultural y científico. Uno de los personajes del siglo XI andalusí fue Abu Bakr Ibn Ammar(1), de orígenes humilde, nacido
en el Algarve portugués(2), logró entrar en la corte literaria de Sevilla,
gracias a sus dotes para la poesía. Entabló amistad con el príncipe
heredero, que años más tarde se convertiría en al-Mu´tamid(3)rey de Sevilla.
Tanto Ibn Ammar como al-Mu´tamid eran excelentes poetas, de los mejores del siglo XI. Famosas fueron sus correrías de juventud en Silves, las fiestas rociadas de vino y rodeados de bellas mujeres en el palacio de al-Xarajib.
En el 1069, cuando su buen amigo se convirtió en rey, éste lo nombró su visir(4). Ibn Ammar se ocupó de la política exterior de la taifa. El visir empleaba sus dotes de seducción, tales como su simpatía, amabilidad, exquisita educación y exotismo andalusí para lograr lo mejor para la taifa de Sevilla o bien para sí mismo. Su personalidad y amistad con al-Mu´tamid así como sus decisiones y actuaciones no siempre fueron del agrado de todos.
Tanto Ibn Ammar como al-Mu´tamid eran excelentes poetas, de los mejores del siglo XI. Famosas fueron sus correrías de juventud en Silves, las fiestas rociadas de vino y rodeados de bellas mujeres en el palacio de al-Xarajib.
En el 1069, cuando su buen amigo se convirtió en rey, éste lo nombró su visir(4). Ibn Ammar se ocupó de la política exterior de la taifa. El visir empleaba sus dotes de seducción, tales como su simpatía, amabilidad, exquisita educación y exotismo andalusí para lograr lo mejor para la taifa de Sevilla o bien para sí mismo. Su personalidad y amistad con al-Mu´tamid así como sus decisiones y actuaciones no siempre fueron del agrado de todos.
La historia que les voy a
contar es un fragmento del relato que estoy escribiendo sobre la vida del rey
al-Mu´tamid.
Ocurrió hacia el año 1078, cuando el ejército cristiano encabezado
por Alfonso VI, rey de León(5), se instaló a las afueras de Sevilla, con la
idea de asediarla.
rey de León, Alfonso VI |
Mientras
el rey leonés se acomodaba en su tienda del campamento cristiano, en el alcázar de al-Mubarak(6), el rey al-Mu´tamid e Ibn Ammar conversaban
buscando una solución a la tensa situación.
- El cristiano intenta provocarte, Sahib. Con la arrogancia que le caracteriza hace alarde de lo que podría ser capaz. No es más que una táctica de desgaste y no deberíamos caer en su provocación. – opinó el visir, mientras fijaba su mirada en el rey, que estaba sentado.
- El cristiano intenta provocarte, Sahib. Con la arrogancia que le caracteriza hace alarde de lo que podría ser capaz. No es más que una táctica de desgaste y no deberíamos caer en su provocación. – opinó el visir, mientras fijaba su mirada en el rey, que estaba sentado.
- - Llevas
razón, Abu Bakr - asintió en monarca - Las reuniones mantenidas hasta ahora no han dado resultados favorables a nosotros. Alfonso
nos está enseñando los dientes. La verdad es que mis ejércitos son menos
numerosos y sería un suicidio enviarlos a luchar contra la división
militar cristiana. Mi margen de maniobra es limitado, porque no puedo contar con la
lealtad de nuestros hermanos taifas. Debemos buscar una alternativa,
ingeniosa. Deberíamos atacar por su lado más débil – dijo el rey de Sevilla en voz baja,
mientras se acariciaba la barba con una mano.
- - Conocemos sus debilidades, ra´isy - contestó Ibn ´Ammar - El señor de León sería capaz de matar por algo de sublime belleza. Sabemos cómo es capaz de encapricharse y no cesa hasta conseguirlo – continuó el visir.
- Mi señor, - exclamó con entusiasmo - me estás dando una idea un tanto rocambolesca, que sin embargo podría solucionar esta incómoda situación – prosiguió ibn Ammar, mientras paseaba por la sala recubierta de alicatados y yesería.
- Mi señor, - exclamó con entusiasmo - me estás dando una idea un tanto rocambolesca, que sin embargo podría solucionar esta incómoda situación – prosiguió ibn Ammar, mientras paseaba por la sala recubierta de alicatados y yesería.
De pronto, se quedó parado en el sitio, alzó la cabeza, se giró y
le sonrió al soberano - ¡Ya lo tengo!
– gritó el visir, sacando de su letargo al rey, que seguía desparramado en el trono.
Sin
perder tiempo, Ibn Ammar, ordenó a los mejores artesanos ebanistas fabricar un
juego de ajedrez de sublime belleza y exquisito gusto. Poco tiempo después,
recibió en al-Mubarak uno de los ebanistas con sus 3 hijos. Le presentaron un
juego de ajedrez, “cuyas piezas estaban talladas en madera de ébano, sándalo y
aloe con bellísimas incrustaciones de oro”. Los trebejos, formaban figuras
abstractas, redondas unas, puntiagudas otras. El shah, se distinguía por sus insignias
talladas en el frontal de la pieza.
Aquellas delicadas figuras fueron
labradas para un rey. El tablero monocromo, por su parte, era una maravilla de
perfección.
“…ocho hileras.
Hilera tras hilera, en todas hay grabadas sobre una tabla ocho divisiones; son
las hileras cuadros taraceados donde las tropas se mantienen apiñadas…” +
Ibn
Ammar se preparó para su salida de Sevilla acompañado de un pequeño séquito con
escolta. Cuando llegaron al campamento cristiano, Ibn Ammar hizo correr la voz, de que tenía en
posesión un juego de ajedrez de extraordinaria belleza, incluso hizo alarde de
él mostrándoselo a los consejeros castellanos. Los comentarios llegaron a
oídos del rey Alfonso. El plan estaba saliendo tal como el visir había pensado. El monarca leonés lo recibió con gran
cordialidad, como era costumbre entre ambos. El suelo de la jaima estaba
cubierto por alfombras andalusíes, rojas y azules, tejidas en los talleres de
Almería.
De las paredes colgaban hermosos tapices en colores vivos. El centro lo ocupaba la silla del monarca, tallada en madera y una mesa de madera robusta. Encima de ella había un crucifijo, los enseres de escribir, y unos legajos enrollados. A un lado se situaba otra mesa más pequeña y redonda, labrada con taracea, que tenía encima una bandeja redonda de metal cincelada, con una jarra de cristal con zumo de frutas y unos pequeños platos repletos de frutos secos. En una esquina un pebetero lanzaba un rico y suave aroma, que se desparramaba por la tienda. Cojines y almohadones ocupaban una esquina. Lámparas de aceite y velas iluminaban el ambiente.
De las paredes colgaban hermosos tapices en colores vivos. El centro lo ocupaba la silla del monarca, tallada en madera y una mesa de madera robusta. Encima de ella había un crucifijo, los enseres de escribir, y unos legajos enrollados. A un lado se situaba otra mesa más pequeña y redonda, labrada con taracea, que tenía encima una bandeja redonda de metal cincelada, con una jarra de cristal con zumo de frutas y unos pequeños platos repletos de frutos secos. En una esquina un pebetero lanzaba un rico y suave aroma, que se desparramaba por la tienda. Cojines y almohadones ocupaban una esquina. Lámparas de aceite y velas iluminaban el ambiente.
- - Me
han informado que posees un magnífico juego de ajedrez. ¿Es verdad? le
interrogó Alfonso VI, desde su silla con respaldo alto.
- - Sí,
así es, mi señor. Es una obra de arte elaborada como sólo saben nuestros artesanos – contestó ibn Ammar con cierto
desdén, desde su silla a la que había puesto un almohadón mullido. - ¿deseas
verlo, mi señor? – preguntó.
- - La
verdad es que sí. Has logrado despertar mi curiosidad. - Le confesó el castellano.
Ibn
Ammar, haciendo un gesto con la mano, ordenó que lo trajeran y que lo pusieran sobre la mesa redonda. Mientras colocaban las 32 piezas, los ojos de Alfonso VI
se fijaban cada vez más en aquellos peones y alfiles.
- - ¡Dios
mío! ¡Nunca hubiera creído que se hubiera podido hacer un ajedrez con tanto
arte! – exclamó Alfonso.
- - ¿Quieres
que juguemos una partida? – le ofreció el visir.
- Mirad, majestad, haremos un
trato. Si vos ganáis la partida, este magnífico juego os pertenecerá. Pero en
caso de que la partida la ganara yo, entonces os podré pedir lo que quisiere. – concluyó Ibn Ammar.
Alfonso
VI quedó en silencio, pensativo, sin poder quitar la vista de las piezas
labradas. De pronto, levantó la cabeza, fijó su mirada en el visir y exclamó:
- - ¡Por
dios no! Yo no juego, cuando no conozco la apuesta, podrías pedirme algo que no
pudiera darte.
Ibn
Ammar ante la negativa, mandó retirar el juego, guardando las apariencias y
salió de la tienda. Ordenó de forma disimulada a sus acompañantes, que les
trajera las bolsitas de cuero con monedas de oro. Se acercó a ciertos consejeros
castellanos ofreciéndoles oro y bellos regalos a cambio de que convencieran a
Alfonso a jugar aquella partida. El visir, apuesto y de buen porte, se sabía
ganar la simpatía de la gente y lograba con su don de la palabra conseguir
aquello que quisiera. Los consejeros aceptaron el acuerdo. Fueron al rey
Alfonso para que accediera a aceptar las condiciones del juego impuestas por
ibn Ammar.
- Si
ganáis, señor, poseeréis el magnífico ajedrez. ¿qué podrá pediros ese árabe?
Finalmente
el rey Alfonso VI accedió. Ibn Ammar y el rey leonés, decidieron jugar aquella
partida en la esquina de la tienda real, donde
los almohadones de lino y cojines de seda se desparramaban ordenadamente,
sobre gruesas alfombras azuladas. Pequeñas mesas octogonales ricamente labradas
servían de apoyo para las bebidas y pequeños entremeses. Colocaron una
superficie plana y cuadrada, que serviría como soporte para el tablero del
juego.
Los consejeros castellanos y el pequeño séquito sevillano hacían corrillos en el campamento, comentando acerca de las habilidades de uno y otro en el juego real. Los contrincantes se acomodaron cruzando las piernas sobre aquellos bellos y grandes almohadones. Un sirviente de Ibn Ammar colocó el tablero sobre la superficie en medio de los dos y entregó las piezas a cada uno.
Ibn Ammar había dejado elegir color a Alfonso VI, quien se decantó por las negras, por lo que el visir debía jugar con rojas. En silencio y con gran solemnidad ambos fueron colocando los roque o ruhh, los ferez, los alfiles, el firzán, el shah y los ocho bayadiq, en su sitio sobre el tablero, realizado con decoración de ataurique. Los consejeros se posicionaron cerca del rey castellano, mientras que los sevillanos hicieron lo propio rodeando a Ibn Ammar. Las tropas del juego habían ocupado ya su lugar y estaban prestos a defender a su rey y aniquilar a su contrincante.
Los consejeros castellanos y el pequeño séquito sevillano hacían corrillos en el campamento, comentando acerca de las habilidades de uno y otro en el juego real. Los contrincantes se acomodaron cruzando las piernas sobre aquellos bellos y grandes almohadones. Un sirviente de Ibn Ammar colocó el tablero sobre la superficie en medio de los dos y entregó las piezas a cada uno.
Ibn Ammar había dejado elegir color a Alfonso VI, quien se decantó por las negras, por lo que el visir debía jugar con rojas. En silencio y con gran solemnidad ambos fueron colocando los roque o ruhh, los ferez, los alfiles, el firzán, el shah y los ocho bayadiq, en su sitio sobre el tablero, realizado con decoración de ataurique. Los consejeros se posicionaron cerca del rey castellano, mientras que los sevillanos hicieron lo propio rodeando a Ibn Ammar. Las tropas del juego habían ocupado ya su lugar y estaban prestos a defender a su rey y aniquilar a su contrincante.
El rey Alfonso VI abrió la partida moviendo
uno de sus baidaq, un casillero hacia adelante. Al igual que en un combate, la
infantería es la que avanza primero hacia la batalla. Ibn Ammar sin embargo
utilizó un alfil saltando por encima de su baidaq a la tercera casilla,
enviando, en este caso, al cuerpo de elefantes
como vanguardia de su ejército sobre el tablero.
Los movimientos de uno y otro iban precedidos de pensamientos ingeniosos y estratégicos para engañar al contrario y lograr llegar hasta el rey o shah. Ambos jugadores se observaban, se lanzaban miradas de desconfianza, sonrisas canallas, miradas astutas, se removían en los almohadones, cambiaban de postura, se refrescaban la boca con unos sorbos de zumo natural. No se distraían y enfocaban toda su atención en las piezas de aquel tablero. Pensaban bien cada movimiento táctico, debían intuir las intensiones del contrario. El silencio imperaba en la tienda real del campamento cristiano.
Los consejeros castellanos se fueron arremolinando entorno al monarca cristiano. Observaban y seguían cada movimiento con gran interés. El séquito de ibn Ammar acomodado alrededor de su visir, estaban acostumbrados a disfrutar del ingenio del silvense. Ataques, emboscadas, avances por el flanco con el roque o ruhh, se sacrificaron varios dayadiq, le sacaban provecho al débil firzán, que solo podía mover una casilla en diagonal. En el centro del tablero se libró la gran batalla. La infantería, la caballería, los elefantes, los carros de guerra se movían sobre el tablero de forma valiente, arriesgando y amenazando al shah del contrario.
Ibn Ammar había logrado llevar a uno de sus baidaq hasta la hilera ocho del bando contrario, por lo que aquella pieza se convirtió en firzán, moviéndose como tal sobre el tablero. Habían transcurrido varias horas, cuando ibn Ammar toma su roque y avanza en línea recta poniendo al shah del castellano en un serio aprieto. Alfonso VI había sacrificado su alfil. Podría colocar un baidaq para defender su shah. El castellano pensó, observó todas las estrategias posibles, lo tenía difícil. Finalmente movió su baidaq, e Ibn Ammar supo que había ganado la partida.
El shah de Alfonso estaba amenazado por un roque de ibn Ammar y su recién ascendido firzán lo tenía rodeado por el otro lado. El shah de Alfonso no podía moverse de donde estaba situado, ni tenía piezas lo suficientemente fuertes como para defender al shah. El rey ha muerto. Shah mat.
Los movimientos de uno y otro iban precedidos de pensamientos ingeniosos y estratégicos para engañar al contrario y lograr llegar hasta el rey o shah. Ambos jugadores se observaban, se lanzaban miradas de desconfianza, sonrisas canallas, miradas astutas, se removían en los almohadones, cambiaban de postura, se refrescaban la boca con unos sorbos de zumo natural. No se distraían y enfocaban toda su atención en las piezas de aquel tablero. Pensaban bien cada movimiento táctico, debían intuir las intensiones del contrario. El silencio imperaba en la tienda real del campamento cristiano.
Los consejeros castellanos se fueron arremolinando entorno al monarca cristiano. Observaban y seguían cada movimiento con gran interés. El séquito de ibn Ammar acomodado alrededor de su visir, estaban acostumbrados a disfrutar del ingenio del silvense. Ataques, emboscadas, avances por el flanco con el roque o ruhh, se sacrificaron varios dayadiq, le sacaban provecho al débil firzán, que solo podía mover una casilla en diagonal. En el centro del tablero se libró la gran batalla. La infantería, la caballería, los elefantes, los carros de guerra se movían sobre el tablero de forma valiente, arriesgando y amenazando al shah del contrario.
Ibn Ammar había logrado llevar a uno de sus baidaq hasta la hilera ocho del bando contrario, por lo que aquella pieza se convirtió en firzán, moviéndose como tal sobre el tablero. Habían transcurrido varias horas, cuando ibn Ammar toma su roque y avanza en línea recta poniendo al shah del castellano en un serio aprieto. Alfonso VI había sacrificado su alfil. Podría colocar un baidaq para defender su shah. El castellano pensó, observó todas las estrategias posibles, lo tenía difícil. Finalmente movió su baidaq, e Ibn Ammar supo que había ganado la partida.
El shah de Alfonso estaba amenazado por un roque de ibn Ammar y su recién ascendido firzán lo tenía rodeado por el otro lado. El shah de Alfonso no podía moverse de donde estaba situado, ni tenía piezas lo suficientemente fuertes como para defender al shah. El rey ha muerto. Shah mat.
Los
contrincantes habían quedado satisfechos por la magnífica partida, el murmullo
de los asistentes devolvió el sonido a la tienda. Los semblantes se relajaron,
mientras comentaban las jugadas magistrales de ambos.
-
Mabruk,
mi querido ibn Ammar, tu último movimiento fue de gran sabiduría. Como hombre
de honor debo acatar las condiciones del trato. Así que ¿qué deseas pedirme,
visir? – le dijo Alfonso VI
-
Te
pido, señor, que levantes este campamento y regreses a tus estados con tu
ejército. – le exigió Ibn Ammar con voz firme y mirándolo a los ojos.
El
rey castellano se quedó sin habla, su expresión fue tornando en cólera, comenzó
a lanzar gritos e insultos a todos los presentes. De repente se giró hacia sus
consejeros, avanzó hacia ellos con el dedo índice alzado maldiciéndolos.
-
¡La
culpa es vuestra! – les gritaba. ¡Ya me temía yo una petición semejante, pero
me dejé convencer por vosotros!
¡traidores! – exclamaba lleno de rabia.
De
pronto pareció más tranquilo, sus andares se sosegaron, su volumen de voz se
volvió más suave. Alfonso VI pensó: Yo
soy el poderoso rey castellano. No tengo por qué dar importancia a la palabra de estos andalusíes inútiles y
débiles. No cumpliré mi parte del trato y no hay más que hablar.
Su
semblante se relajó esbozando una leve sonrisa al visir, mientras le espetaba
que el trato quedaba sin efecto. Ibn Ammar exigió que se cumpliera la palabra
de honor del rey castellano y ordenó a los consejeros que le hicieran entrar en
razón, sin antes prometerles una buena recompensa. Estos hombres lograron
hacerlo entrar en razón, pero no se iría con las manos vacías.
Le exigió al rey al-Mu´tamid el doble de parias para ese año, le reclamó ciertos castillos de importancia estratégica para la zona fronteriza. Ibn Ammar accedió con su diplomacia habitual. Alfonso quedó más reconfortado, regresando a Castilla con muchas piezas de oro y habiendo obtenido castillos sin necesidad de presentar batalla. De esta manera sintió, que el que realmente había ganado la partida, había sido él.
Le exigió al rey al-Mu´tamid el doble de parias para ese año, le reclamó ciertos castillos de importancia estratégica para la zona fronteriza. Ibn Ammar accedió con su diplomacia habitual. Alfonso quedó más reconfortado, regresando a Castilla con muchas piezas de oro y habiendo obtenido castillos sin necesidad de presentar batalla. De esta manera sintió, que el que realmente había ganado la partida, había sido él.
Al
día siguiente, las tropas castellanas levantaron el campamento y aquel ejército
amenazante ante las puertas de Sevilla, desapareció en el horizonte. Esta
historia con Ibn Ammar como protagonista fue pronto conocida en todos los
rincones de al-Andalus. Una vez más los logros, sin bien discutidos, del gran
visir de al-Mu´tamid había librado a Sevilla de un largo asedio.
NOTAS
1.- Ibn Ammar: poeta y visir de Sevilla, nacido en Sannabus,
localidad cerca de Silves, en el sur de Portugal. (1031 – 1084) De origen
humilde, supo convertirse en el hombre de confianza del rey al-Mu´tamid de
Sevilla. Los unía una estrecha amistad y compartían la poesía como una de sus
pasiones. Tuvo un trágico final, siendo ejecutado por su amigo el rey de
Sevilla, dentro de una escabrosa historia de intrigas.
2.- Algarve: zona del sur de Portugal. Es una palabra de
origen árabe que significa “el poniente”
غرب.
3.- al-Mu´tamid: sobrenombre de Muhammad Ibn Abbad,
rey de la taifa de Sevilla, nacido en Beja en 1039. Sucedió a su padre en el
gobierno de Sevilla en 1069. Fue un gran poeta, que dejó una antología donde se
refleja su “arte de vivir”. Fue depuesto por lo almorávides en 1090 y enviado a
prisión a la ciudad de Aghmat, Marruecos. En una celda sucia y húmeda vivió sus
últimos cinco años y donde escribió los poemas más sentidos, añorando Sevilla y
su familia.
4.- visir: الوزير . Cargo dentro del
aparato político del estado, equivalente a primer ministro.
5.- rey Alfonso VI: (1047 – 1109) Fue rey de León,
Galicia y Castilla. Su padre Fernando I había dejado en herencia su reino
dividido entre sus tres hijos. Alfonso más ambicioso les quitó los territorios
a sus hermanos convirtiéndose en rey de los reinos cristianos del norte. Famoso
fue el episodio del Juramento de Santa Gadea, donde el Cid, le obliga a jurar
sobre la Biblia no haber tenido nada que ver en la muerte de su hermano García.
6.- alcázar de al-Mubarak: “el palacio de la bendición”
nombre del alcázar de Sevilla donde vivía la corte del rey al-Mu´tamid. Hoy lo
conforman los alcázares mudéjar, gótico y renacentista de la ciudad de Sevilla.
7.- Sahib y ra´isy son dos de los distintos nombres para
dirigirse a los reyes de taifas.
8.- sarir es el nombre árabe para trono.
9.- jaima es el nombre árabe para tienda o carpa que
acompañaba a los reyes o gobernantes en sus desplazamientos.
(+fragmento del poema de Abraham ibn Ezra sobre las reglas del ajedrez. Por Luis Vagas Montaner. Profesor de lengua y literatura hebrea en la Universidad complutense de Madrid.)
BIBLIOGRAFIA:
-
Reinhart Dozy. Historia de los musulmanes de
España T IV. Ed. Turner
-
Adalberto Alves y Hamdane Hadjadji. Ibn Ammar
al-Andalusí. Ed. Assírio & Alvim
-
Al-Murrakushi. Al-Maghrib.
-
Salah Khalis. La vie litteraire a Seville….
Ed.Sned
PARA SABER MÁS:
- http://www.clubyinn.com/?p=148
- http://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/arte-ciencia-magia/2013/02/17/los-compositores-en-el-ajedrez-i-las-mansubat-y-lucena-1-parte-115028
- http://www.ajedreznd.com/2006/medieval.htm
PARA SABER MÁS:
- http://www.clubyinn.com/?p=148
- http://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/arte-ciencia-magia/2013/02/17/los-compositores-en-el-ajedrez-i-las-mansubat-y-lucena-1-parte-115028
- http://www.ajedreznd.com/2006/medieval.htm
Me imagino la cara del rey Alfonso como la de Rajoy cuando la Merkel le diga que por culpa de la subida de la prima de riesgo van a tener que intervenir los m¡Men in Black de Bruselas. Yo sabía esta historia pero lo que le pidió Benamar fue el duplo de 2 granos de trigo en cada casilla del tablero y como al ver que no tenía grano en toda Castilla para poder pagarle, le eximió de pagar los impuestos (parias). ¿Ambas versiones son correctas?
ResponderEliminarSigue así que ya me has enganchao, aunque eso ya lo sabes, es como decir Te quiero a tu pareja, ¿no?