La
caza con halcón en al-Andalus
Por Elisa Simon
A lo
largo de la historia de al-Andalus, los soberanos andalusíes disfrutaron del
ocio de diversas maneras, siendo una de ellas la caza con halcón. Existe amplia
información acerca de esta temática, bien en iconografía en arquetas, cerámica,
frescos y fuentes escritas como El Calendario de Córdoba y poesía.
En este artículo quiero dejar volar un poco la imaginación, para visualizar cómo podía haber transcurrido una jornada de caza con halcón en al-Andalus.
En este artículo quiero dejar volar un poco la imaginación, para visualizar cómo podía haber transcurrido una jornada de caza con halcón en al-Andalus.
Se
organizaba un gran despliegue de gente en el alcázar. Un sinfín de personal de
servicio debía organizar los víveres para la comitiva, preparar y engalanar los
caballos y reunir lo necesario para la tienda real.
Por
otro lado, el maestro cetrero (sahib al-bayazira) o Gran Halconero y sus
ayudantes debían tener ya seleccionados y acondicionados entre ocho y diez aves
rapaces, en especial halcones (bazi), así como los hermosos ejemplares de
galgos africanos (saluqi). El día de caza se convertía en un evento de grandes
dimensiones.
De
madrugada, la comitiva aguardaba en el patio del alcázar. Banderas alusivas a
los gobernantes ondeaban en el aire, otorgando solemnidad al evento. Los participantes
solían ser miembros de la nobleza local, los altos cargos administrativos, como
visires y secretarios, demás miembros de la corte, como poetas o músicos, así
como algunas de las mujeres del harén. Ellas iban en carros adecuados y lo más
cómodas posible. Los cortesanos montados a caballo sobre bellas monturas. Estos
nobles y hermosos animales, lucían sus cabezas y pecho adornadas en colores
vivos.
Cerraba
la comitiva el grupo de sirvientes y esclavos con sus carros y mulas cargadas
de los enseres necesarios.
El
maestro halconero a lomo de un robusto caballo, contaba con un número
importante de ayudantes. Éstos se ocupaban de tranquilizar a los galgos, que
impacientes habían comenzado a ladrar. Estos hermosos y cuidados canes tenían
una silueta delgada, con las orejas caídas, cara afilada y ojos pequeños. Su
pelo corto y brillante remarcaba entre el pelaje las costillas. Los gobernantes
los tenían en alta estima, no sólo por su belleza, sino por su fuerza y
velocidad.
El
poeta ibn Jafaya, del siglo XII dejó este poema para la eternidad:
“El príncipe caza con perros capaces de larga carrera,
con hocico grande y ojos pequeños,
delgados de flancos, collar al cuello y
de gran experiencia de la caza.
Abren sus fauces para enseñar los dientes como hierros de lanza
y su modo de andar es como lanzas vibrantes.
Siguen el rastro de la caza por el roquero
mientras la noche cubre la tierra con un manto de lunares.
Unos son negros y tienen una mirada tan flameante
que la brasa de sus ojos os lanza tizones de fuego.
Otros tienen una cota teñida de rojo y la correa de cuero
se la han quitado a una estrella fugaz
En un cielo polvoriento.
Galopan tras la pista borrada hace mucho tiempo y
leen las letras de las huellas.
La delgadez ha curvado su lomo de tal suerte
que parecen, cuando la polvareda los esconde,
las medias lunas de los últimos días del mes lunar.”
El
halcón llevaba una caperuza de cuero, que tapaba sus ojos. La rapaz mantenía
una postura majestuosa, posado en el antebrazo izquierdo del cetrero, quien se
protegía de las garras afiladas, gracias a un guante grueso de cuero.
Al-Andalus contaba con varios sitios donde se criaba y amaestraba halcones,
siendo los más célebres, los de Niebla (Labla al-hambra), Lisboa, zona de
Levante y las Islas Baleares. Estas hermosas aves rapaces lucían un brillante
plumaje claro, otros tenían el dorso color plomizo. Su pico curvo imprimía en
ellos aires de grandeza y dignidad.
La
jornada de caza se iniciaba cuando el Emir asomaba por la puerta del alcázar, a
lomo del más hermoso corcel enjaezado. Según la época del año, vestía una capa
larga de terciopelo negro con los filos bordados en hilos de plata, con un
cinto ancho de cuero, donde sostenía su espada envainada. La capa de terciopelo
cubría la zona trasera del caballo. Lo seguían el príncipe heredero, los demás
hijos y la familia cercana, los cuales solían ocupar los puestos más
importantes del gobierno.
Por estricto orden jerárquico la comitiva comenzaba a moverse, despejando el patio de armas, cerraba este cortejo los sirvientes y esclavos, que arreaban con las mulas cargadas y tiraban de los carros a rebosar de enseres.
En
al-Andalus había distintos lugares para la caza, uno de los favoritos era el
valle del río Guadalquivir (wadi el-kebir). La comitiva seguía el camino del
río al abrigo de olmos, álamos y sauces. En el valle abundaban aves, como las
grullas (garaniq), la perdiz (hayal), la paloma (hamama), el faisán (dik), la
avutarda (hubara), la tórtola (qumri) y también liebres y conejos.
Una
vez llegados al valle y con los primeros rayos del sol, los sirvientes se
ocupaban de preparar y montar la tienda real de grandes dimensiones. Más larga
que ancha, en su interior, los sirvientes extendían alfombras o esteras, según
la época del año, colocaban mesas bajas de madera labradas, los divanes de viaje,
almohadones y todo lo necesario para la comodidad de los asistentes. Los
sirvientes de cocina preparaban ricos manjares en abundancia, acompañados de
zumos naturales, vino, agua, frutos secos, copas, platos, manteles, no podía
fallar nada.
Mientras
se realizaba este meticuloso trabajo y ajeno a todo el soberano y su séquito
disfrutaban de la belleza de la naturaleza y admiraban la belleza del halcón
peregrino.
El
maestro cetrero descubría los ojos del halcón y con un gesto del brazo
izquierdo lo soltó al aire. Fascinados, observaban la rapaz extendiendo sus
grandes alas, mientras volaba en círculo a gran altura, en busca de su
presa.
En
tierra, el maestro halconero a caballo vigilaba la rapaz, mientras los
ayudantes a pie, se ocupaban de los galgos, que husmeaban inquietos y sus
ladridos hizo ahuyentar una grulla que salió volando.
El
halcón sin dejar de volar, detectó su presa, clavó su mirada en ella, se lanzó
hacia ella a toda velocidad. El halcón cayó en picado desde lo más alto del
cielo, hacia la pobre grulla blanca y grande, que consciente del peligro
intentó salvar su vida. Sin embargo, el halcón justo antes de estrellarse
contra el suelo, aleteó y se colocó en el punto de mira ciego de la presa, es
decir, justo detrás y algo por debajo de ella.
En un
momento dado, el halcón se volvió de cara hacia su víctima con las alas
extendidas y sus garras afiladas hacia delante. Atacó la grulla, la golpeó con
sus garras curvas, lo cual produjo un estallido de plumas en el aire seguido de
un sonido desgarrador. La grulla se resistió, el combate era a muerte.
Picotazos y arañazos hirieron la grulla, hasta dejarla sin aliento. El halcón
la inmovilizó con sus garras e inició su descenso. La soltó desde una altura
razonable para que los galgos la pudieran localizar. El maestro halconero salió
a galope, mientras que sus ayudantes corrían a la par de los galgos, que
seguían el rastro de la sangre de su presa. Los galgos ladraron indicando que
habían localizado la grulla moribunda. Finalmente los ayudantes del cetrero le
dieron una muerte rápida. Por su parte, el halcón, obediente y orgulloso,
regresó al brazo de su amo, quien lo premió con generosidad.
El poeta abd al-Yalil,
el murciano ministro del rey al-Mu'tamid de Sevilla escribió este poema:
“ El halcón es como un sable tajante en tu mano,
¡Si el sable pudiera tener alma en la confusión del combate!
Pasa la cabeza a través de la larga capucha con la que
le has cubierto y que cae sobre sus hombros como un chal.
Sus miradas están inflamadas por su avidez y
el cielo recibe heridas de sus ojos.
Como el viento, vuela con rapidez;
se diría que el viento reclama a su hijo
que está sobre tu mano derecha.”
Este mismo poeta,
improvisó lo siguiente relacionado con el halcón:
“ En la caza, antes de tí, se seguía una costumbre tradicional,
pero he aquí que tú la has cambiado
de la manera más sorprendente:
¡Tú sueltas los halcones y
cada vez que los sueltas,
les haces don
de los pensamientos de los poetas!”
Los
momentos distendidos en la tienda real y sus alrededores, transcurrían entre
manjares servidos en grandes platos, vino en copas de cristal y zumos en vasos
de cerámica vidriada. El melódico sonido del laúd y el canto femenino daba el
toque musical en medio de una ambiente natural del valle, con una suave brisa
que acariciaba las hojas de los árboles.
Así
podría haber transcurrido un día al aire libre de diversión entre la nobleza y
miembros de la corte de los gobernantes andalusíes entre los siglos IX y
XIV.
BIBLIOGRAFIA:
- Esplendor de
al-Andalus, Henrí Pérès – libros Hiperión
- “El Halcón en
al-Andalus”, de José Luis Díez Giménez, Doctor en Geografía e Historia UNED
- “La cetrería en la
iconografía andalusí”, de Francisco Juez Juarros
IMAGENES DE INTERNET:
-
cuaresmapinturanaturaleza.blogspot.com
- pladelafont.
Blogspot.com
- “la cetrería en la
iconografía andalusí” de Francisco Juez Juarros
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