EL CALIFATO DE CORDOBA
Por Elisa Simon
Contarles acerca del Califato Omeya en al-Andalus,
sería una tarea casi interminable. Pero como pueden comprobar, en varios de mis
artículos les cuento acerca de personajes y anécdotas pertenecientes a dicha
época. Por lo que en esta ocasión intentaré resumir un período que se inicia
con la subida al trono de ab dar-Rahman III en el año 929. Hasta entonces
al-Andalus había sido un emirato independiente. El período del califato abarca
hasta 1031, cuando éste fue abolido y dio comienzo una guerra civil o fitna, la
cual desembocó en los reinos de taifas del silgo XI.
Abd ar-Rahman III, “Aunque recio y un poco
rechoncho, el tercero de los abd al-Rahman tiene buen aspecto. Sus facciones
son regulares, sus vivos ojos, de color azul oscuro; sus cabellos, de un rubio
tirando a rojizo, y se los tiñe de negro para disimular, sus piernas eran
cortas. Hijo de omeya y madre vascona. En cuanto a su forma de ser: es cortés,
benévolo, generoso y perspicaz. Sus dos cualidades son la inteligencia y la
tenacidad, además de ambicioso y una amplitud de miras que llama la atención.
Poco devoto y de piedad más bien espectacular, no tendrá el menor fanatismo. De
todos los príncipes de su dinastía será el más tolerante.”
Abd al-Rahman III negoció, pactó, ofreció
privilegios, prebendas y cargos políticos y militares, pero también si era
necesario recurrió a la astucia, el engaño, a la amenaza e incluso a la muerte
para recuperar los territorios independientes y pacificar al-Andalus.
Había
recibido una selecta educación y recibió el cariño y afecto de su abuelo, el
emir Abd ´Allah, de la dinastía Omeya. Éste le había confiado algunos asuntos
de responsabilidad con la idea de ir introduciendo a su nieto en la corte
emiral. La situación de al-Andalus era al menos preocupante; por un lado las
presiones de los reinos cristianos del norte, mientras que por el sur los Fatimíes
comenzaban a dar muestras de poder. Pero lo que más preocupaba al emir Abd
´Allah eran las luchas internas. Los estallidos rebeldes se sucedían. La
sociedad andalusí antes del califato, seguía su proceso de islamización. Los
cristianos que abrazaron el Islam se los denominaba muladíes, los que
mantuvieron su religión cristiana se los denominaba mozárabes, mientras que la
comunidad judía seguía siendo los sefardíes.
Pero dentro del entramado musulmán, había
andalusíes de origen árabe y beréberes, los cuales no siempre se llevaron bien.
Dentro de los árabes a su vez, existía desde los principios de los tiempos, dos
clanes o tribus rivales, por un lado los quaysíes y yemeníes.
La familia o clan de los emires andalusíes Omeya,
pertenecían a los quasíes, minoritarios en al-Andalus y los yemeníes formaban
el grueso del ejército andalusí. Esta rivalidad fue aprovechada tanto por beréberes
como muladíes para hacerse un lugar dentro de la comunidad musulmana de
al-Andalus.
El período de formación del califato se
caracterizó por continuos levantamientos de caudillos locales, tanto árabes, beréberes
o muladíes frente al débil emirato. No debemos olvidar a los mozárabes, que hacían
demostraciones de fuerza en varios puntos de al-Andalus.
En resumen, este fue el panorama que se encontró
abd al-Rahman III cuando subió al poder, con solo 21 años. El joven soberano
sabía lo que debía hacer: la pacificación y unificación de al-Andalus.
Una vez asumido el poder formula su programa de
actuaciones:
-
restaurar en al-Andalus la autoridad y el
prestigio de la casa omeya
-
reconquistar los territorios disidentes
-
acabar con los principados enfeudados a
Córdoba y casi independientes
-
ahogar de modo definitivo la rebelión
andalusí, comenzando por los pequeños insurrectos agrupados en torno a Ibn
Hafsún y que reciben consignas y subsidios de Bobastro.
-
defensa de al-Andalus frente a los Fatimíes
UN ENEMIGO EN CASA
Uno de sus mayores oponentes fue Umar ibn Hafsun,
quien procedía de familia noble visigoda convertida al Islam. Nació y se crió
en la serranía de Ronda, donde vivían mayoritariamente muladíes y beréberes.
Esa zona era un foco de insurrección, ya que los muladíes se consideraban
musulmanes de segunda, no se sentían respetados ni aceptados por sus
correligionarios. Ninguno ocupaba puestos de responsabilidad, ninguno participó
en la cuestiones de política de gobierno. Por lo que poco a poco fueron
surgiendo cabecillas y jefes muladíes en las distintas zonas de al-Andalus que
tenían mucho respaldo entre su población. Se enfrentaban cada vez más
abiertamente al poder central del Emirato, aprovechando su debilidad y falta de
formación. Este problema social llegó a tal punto que los gobernadores no
podían hacer frente a tantos puntos de insurrección. Entre ellos estaba Ben
Hafsún, que quería crear un estado independiente. Cuando de abd al-Rahman III
asume el poder, el territorio de Ibn
Hafún ocupaba desde Algeciras hasta las proximidades de Córdoba. .
“Desde hace demasiado tiempo habéis
tenido que soportar el yugo de este sultán que os toma vuestros bienes y os
impone cargas aplastantes, mientras los árabes os oprimen con sus
humillaciones. No aspiro sino a que os hagan justicia y a sacaros de la
esclavitud”.
Ibn Hafsún pasó a la historia, porque fue el dolor
de cabeza de todos los emires andalusíes hasta la llegada de abd al-Rahman III.
Estos grupos rebeldes y sobre todo Ibn Hafsún recibieron apoyo logístico y de
todo tipo de los Fatimies del norte de Africa. No era más que una táctica de
desgaste de los Fatimíes para acabar con su rival los Omeya de al-Andalus. Sin embargo, Abd al-Rahman III se ocupó
personalmente de acabar con el tráfico de navíos en el estrecho, quemando todos
los barcos de los rebeldes. Además reforzó la vigilancia marina, aumentó y
mejoró la flota andalusí. Ordenó construir fortalezas, atalayas, torres vigía a
lo largo de la costa mediterránea.
Pocos meses después de su nombramiento Abd
al-Rahman III inició su primera batalla, la de Monteleón. Muchos años de
luchas, batallas, sangre y muertes se sucedieron hasta que ab dar-Rahman III
alcanzó su meta hacia el año 928. Sometió a los hijos de Ibn Hafsún y a todos
los muladíes, a muchos de los cuales le ofreció puestos dentro de la
administración omeya. Sometió a la familia Hayyay de Sevilla, donde gobernaban
casi de forma independiente. El Emir fue ganando respeto y prestigio. Plaza a
plaza, castillo a castillo, ciudad a ciudad, aldea a aldea fueron sucumbiendo
al poder de abd ar-Rahman III.
EL ENEMIGO DEL SUR – LOS FATIMÍES
Al principio del siglo X Abdullah al-Mahdi Billah
fundó la dinastía Fatimí (909- 1171) en Túnez y pronto se expandió a lo largo
del mediterráneo africano hasta Siria y Sicilia.
Al-Mahdi se proclamó califa, es decir, el único
gobernante legal de toda la comunidad islámica. Los Fatimíes pertenecían a la
corriente ismailí dentro de la rama del Islam shií. La consolidación de la
dinastía Omeya sunní de al-Andalus chocaba con la africana.
Ambos imperios pretendían dominar el Magreb y esta
rivalidad dio lugar a una serie de guerras.
El objetivo inmediato de ambas potencias era
dominar o controlar la navegación por el Estrecho y por el Mediterráneo
occidental.
En el Magreb cohabitaban los idrisíes, los
rustumíes y los aglabíes, que abarcaban los territorios del actual Marruecos,
Túnez y Argelia.
Hubo rebeliones, luchas, insurrecciones, guerras,
intrigas, traiciones y muerte todo ello conformaba el difícil rompecabezas de
las relaciones entre fatimíes y andalusíes, quienes utilizaron a estos pueblos
como moneda de cambio. Éstos a su vez se aprovechaban de ambos imperios con
fines políticos, cambiando de bando según les convenía en cada momento.
Para hacer frente a los Fatimíes, el Emir ab
dar-Rahman III mandó construir las atarazanas de Algeciras y las de Pechina. La
flota omeya vigilaba las costas andalusíes, al mismo tiempo que miembros de la
corte cordobesa estaban presentes en el norte de África para contrarrestar la
propaganda religiosa fatimí. Las plazas más disputadas fueron Ceuta, Tánger y
Arcila, que permanecieron bajo bandera omeya. Después de un incidente muy grave
en Almería Abd al-Rahman III mandó
construir sólidas murallas y un fuerte en Ceuta, las murallas de Melilla y las de Tánger. El
emir se aseguró también la alianza con las principales tribus bereberes. Los Fatimíes
fueron perdiendo poder y como consecuencia de ello, se retiraron hacia el este
y se establecieron en Egipto, donde fundaron su capital, El Cairo – al-Qahira
“La Victoriosa”.
Es importante mencionar que los omeyas, hasta 929
se habían abstenido de usar el título de califas, obedeciendo quizás a un
sentimiento religioso. Por aquellas fechas, la institución califal de Bagdad se
encontraba en declive, mientras que los Fatimíes empezaban a dar la deseada
respetabilidad a su institución debido a su creciente poder y prestigio. Quizás
con el fin de contrarrestar la ambición fatimí de gobernar el mundo islámico, y
después de la sonada victoria sobre los Banu Hafsún, abd al-Rahman III decidió adoptar el título
de califa por el bien de la ortodoxia.
929 Abd al-Rahman ordenó a sus gobernadores que el
título de “príncipe de los creyentes” fuese empleado en todos los escritos
dirigidos a él.
“Tenemos,
por lo tanto, más derecho que aquéllos que su derecho han recibido, y somos más
merecedores que los que ya recibieron toda su parte…. Por lo tanto, nos parece
oportuno que, en adelante, seamos llamado Príncipe de los Creyentes y que todos
los escritos que emanen de nos o a nos se dirijan empleen el mismo título. Pues
cualquier persona que, fuera de nos, reivindique el título, lo hace indebida y
falsamente y sin tener derecho a ello. Estamos convencidos de que, seguir por
más tiempo sin usar un título que se nos debe, equivaldría a perder un derecho
adquirido y a una renuncia pura y simple. Por consiguiente, ordena al
predicador de tu localidad, que lo emplee desde ahora en las oraciones y
utilízalo tú mismo en los escritos que nos dirijas.”
EL ENEMIGO DEL NORTE – LOS REINOS CRISTIANOS
Mientras el califa estaba ocupado sofocando
rebeliones internas y amenazando a los Fatimiés, no podía dejar de ocuparse de
los reinos del norte de la Península, ya que los reinos de León y Navarra
estaban haciendo incursiones en tierras andalusíes y encima con éxito, tomando
plazas y ciudades.
A lo largo de unos 20 años, entre el 932 y 951, se
produjeron una etapa de luchas, campañas y aceifas contra el rey leonés Ramiro
II. Unas batallas fueron victorias y otras derrotas, como la de Simancas en
939. Se firmaron varias treguas entre cristianos y musulmanes, pero pocas veces
se cumplían. Los intercambios de embajadas y emisarios fueron frecuentes para
buscar un acuerdo que nadie encontraba. En un momento dado, comienza un
conflicto entre León y Castilla, que terminó en guerra, lo cual fue aprovechado
por el emir Abd al-Rahman III para conquistar castillos y plazas de las zonas
fronterizas. Conquistó Medinaceli, que la convirtió en capital de la marca
media al frente del general Galib.
En el 951 muere Ramiro II y asume la corona su
hijo Ordoño III (951-955) quien se disputa el trono con su otro hermano Sancho
I El Craso (956 – 965). Sancho I es destronado por los leoneses, por su
inutilidad en el campo de batalla y su deforme obesidad. Subió al trono Ordoño
IV mientras Sancho I fue expulsado de León. Buscó refugio en su abuela la reina
Toda de Pamplona, que lo llevó hasta Córdoba para que se sometiera a una dieta
y así poder recobrar el trono. Hasday ibn Saprut médico y miembro de la corte
fue el encargado de someterlo a dura dieta, tal como les conté en otro artículo
de este blog.
El poderío militar omeya tanto por tierra como por
mar provocó que los reinos cristianos se abstuvieran de atacar al-Andalus e
incluso éstos reconocieron a abd al-Rahman III como califa y Señor de
al-Andalus.
Desde entonces al-Andalus quedó pacificada por
completo. En todas partes renacía la calma y con ella la prosperidad. Los
impuestos ingresaban con más facilidad que nunca y el tesoro del Estado recobró
holgura. Veinte años de tenaces esfuerzos habían dado estos resultados, que no
fueron más que el preludio de un período de actividad política largo y
fecundo.
Relata ibn
al Jatib: “mientras al-Andalus ardía con
un fuego avivado por crecientes discordias e hipocresías y las provincias se
hallaban en un estado de conmoción. Gracias a su buena estrella e indomable
espíritu, Dios lo pacificó. Corrientemente se le compara con abd al-Rahman I.
Pacificó a los rebeldes, edificó palacios, dio ímpetu a la agricultura,
inmortalizó antiguas hazañas y monumentos, infligió grandes daños a los
infieles, hasta el punto que no quedó en al-Andalus ni un solo enemigo o
contendiente. La gente le obedecieron en masa y desearon vivir con él en paz.”
A lo largo de su reinado de casi 50 años, sólo
disfrutó de 14 días de ocio, dice Ibn al-Jatib.
El califa fue el gran anfitrión de las embajadas
que se quedaban maravilladas con la ciudad de Córdoba, bizantinos, alemanes,
nórdicos, navarros, leoneses, todos respetaron la figura de ab dar-Rahman III que
llevó a al-Andalus a su máximo esplendor en todos los niveles. Embelleció la
ciudad, que se llenó de bibliotecas. Agrandó su mezquita, mandó construir una
ciudad palatina para su esposa favorita, la corte estaba compuesta por sabios
en todos los campos del saber. Llevó a cabo reformas en el ejército y mejoró la
armada. La agricultura, el comercio y la industria florecieron, contribuyendo
al crecimiento de los ingresos del estado y aún más significativo, introdujo un
programa de integración social según el cual los hasta entonces insatisfechos
muladíes y beréberes pudieron participar en el gobierno y disfrutar de una
parte de la riqueza y la vida del país.
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