Una tarde
en el hammam del Bañuelo – Granada
Por Elisa
Simon
En esta ocasión, mi intensión es
hacer un artículo sobre el baño del Bañuelo en Granada de forma diferente. Para
ello los invito a retornar a tiempos de al-Andalus, concretamente a la época de
las taifas, cuando en Granada gobernada el rey ziri Badis y en el barrio de
Axares, junto al río Darro se encontraba el hammam al-Yawza, mandado construir
por el visir Samuel Ibn Nagrella. Fatima, Aisha y Amina serán las jóvenes
protagonistas, a través de las cuales conoceremos el Baño del Bañuelo.
Como muchas tardes, Fatima, Aisha
y Amina acudieron al hammam de su barrio de Axares, junto al río Darro en la
ciudad zirí de Gharnata.
-- Anda, pasa tú primero, esta
entrada es muy estrecha y recuerda saludar al recaudador, que siempre pasas de
largo – le ordenó Fátima a su amiga Aisha en tono de broma.
-- Qué sí, incluso le sonreí.
¿Contenta? – contestó Aisha risueña,
mientras se giraba hacia atrás.
Después de atravesar un recodo, las
tres amigas llegaron al pequeño y acogedor patio con una hermosa alberca
rectangular en el centro. Desde allí ya se escuchaba las risas de las mujeres y
sus charlas en voz alta. Las adolescentes pasaron al vestíbulo o bayt al-maslaj,
donde una encargada, algo gruesa y malhumorada, les extendió una toalla para
cada una y unos zaragüelles. Guardaron sus ropas en las hornacinas abiertas en
los gruesos muros de bayt al-maslaj.
Las tres chicas morenas y
delgadas, de piel blanca, atravesaron una pequeña puerta e ingresaron en bayt al-barid
o sala fría, donde se sentaron sobre unas tarimas en uno de los extremos, cerca
de una pila, para refrescarse con agua fría. Compartían espacio con otras
vecinas y familiares, por lo que el ambiente era muy afable y las muchachas se
sentían a gusto. Esta sala rectangular y más luminosa que las demás, era de
dimensiones pequeñas, tenía dos pilas de agua a ambos extremos y la cubría una
bóveda de ladrillo con tragaluces estrellados (madawi).
-- Descansemos un rato antes de
pasar a la otra sala – propuso Amina
-- Dentro de poco es la boda de
mi hermana mayor, será divertido venir aquí con todas las primas, amigas y
vecinas para prepararla, para mi será la primera vez que participo – dijo Aisha
abriendo sus ojos azabache, mientras se soltaba el pelo largo y ondulado.
-- Pues más emocionante será
cuando te toque a ti ser la novia – añadió Fátima
-- Ja, ja, ja ¡Eso lo quiero ver
yo! A ver quién será el candidato adecuado para semejante carácter – exclamó
Amina desde su esquina donde se había recostado sobre una estera.
-- Venga, no digamos más
tonterías, vamos a seguir, que luego siempre se nos hace tarde y en casa nos
riñen – ordenó Aisha con decisión.
-- El otro día fui con mi madre
al zoco. He visto una tela hermosa, de esas de Almería, en tono rosado que va
muy bien con mi pelo moreno. Le insistí a mi madre que deseaba un vestido de
esa gasa, pero no hubo caso – contó Amina
-- Claro, es que no es para
nosotras, primero porque no tenemos aún la edad y además ese tipo de vestidos
es para mujeres de la alta sociedad, como aquella que está sentada en la
esquina – contestó Fátima
-- ¿Cual, a la que le están
haciendo la manicura o a la que están tiñendo el pelo? – preguntó Aisha con
curiosidad.
-- Bueno, cualquiera de las dos –
respondió Aisha en voz baja
-- Esa mashita cristiana pinta el
pelo como ninguna, cuando sea mayor me haré colorear mi melena como hace mi
madre – comentó Amina, señalando a una de las empleadas del baño.
Después de un rato, las amigas
pasaron a la sala más pequeña llamada sala caliente o bayt al-sajun, la más
íntima y oscura e invadida por el vapor. Las chicas accedieron con el calzado
de madera, para no quemarse los pies. El
pavimento de mármol sobre una cámara subterránea, calentaba el suelo por el aire caliente que
venía desde la caldera adjunta.
Fatima, Aisha y Amina se dejaron
enjabonar y con la ayuda de manoplas y estropajo, las empleadas frotaron con
fuerza los cuerpos de las adolescentes arrastrando así las células muertas y
cualquier tipo de toxina sobre la epidermis. Con unos cubos les echaban agua
caliente para enjuagarlas. Sentadas extendían los brazos y las piernas, luego
se doblaban un poco hacia delante para que le frotaran bien la espalda. El
vapor que se levantaba del suelo caliente cada vez que caía agua, hacía bayt
al-sajun casi irrespirable. Cuando eso ocurría, una encargada abría, con un
mecanismo, los cristales de colores de los tragaluces de la bóveda de
ladrillo.
La caldera, junto a bayt
al-sajun, debía tener leña suficiente para calefaccionar el baño durante todo
el día. Para ello era necesaria la leñera (afiniya), a la cual se accedía por
una puerta independiente y junto al hammam. La caldera (al-furn) debía ser limpiada y mantenida
por personal del hammam.
Una vez acabado este proceso las
chicas regresaron a la sala templada con la piel rojiza de tanto frotar y un
poco doloridas.
-- Necesito un masaje en
condiciones, esta vez, se emplearon bien, me han dejado destrozada – se quejó
Fátima.
-- Si, yo quiero además que me
masajeen con aceite de romero para relajar bien el cuerpo – añadió Aisha
Las tres gozaron del masaje, que
les dieron las mujeres del baño con sus fuertes brazos. Por unos minutos, el
bullicio de la sala desapareció, Aisha cerró los ojos y se dejó llevar por el
placer de sentir unos dedos recorriendo su espalda y sus piernas. Su mente la
llevó hasta su amor platónico, Hamid. Es un vecino del barrio, un apuesto
moreno de ojos verdes, bastante mayor que ella y fuera de su alcance. Aisha lo
sigue con la mirada y suspira, cada vez que lo ve, pero se cuida que nadie se dé cuenta de su
secreto.
Fatima, una enamorada de la
poesía andalusí, mientras le masajeaban
los pies, abrió los ojos y admiró la bóveda con esos madawi (tragaluces) de
colores y recordó el poema del cordobés ´Amir Ibn Shuhayd
He sido presa del
asombro por el encanto de nuestro hammam
Pues me he
imaginado que el alba hacía su aparición;
El rojo y el
blanco que estaban por encima de nosotros nos
Hacían creer que
era la mejilla de amada cuando transpira.
Maravillado por la
belleza de este baño,
El tiempo ha
teñido los tragaluces del techo con los rubores del crepúsculo.
Amina, la más pequeña de todas,
seguía soñando con su vestido de gasa rosado y que asistía a una gran fiesta,
con manjares y música, rodeada de gente distinguida y de gran belleza. De
repente, una palmadita la despertó de su letargo y el masaje había
terminado.
-- ¿Quieres que te depile las
piernas? – le preguntó con amabilidad la mashita cristiana.
Amina accedió, mientras a Fátima
le eliminaron las durezas de los pies con piedra pómez y a Aisha le lavaron el
pelo con tierra de batán, luego la peinaron con un peine de marfil y se lo
rociaron con esencia de violeta.
La mashita estaba manipulando la
pasta depilatoria y estirándola sobre las piernas, cuando Amina escuchó los
comentarios de un grupo de mujeres que estaban ahí cerca.
-- Desde luego, no se habla de
otra cosa en la ciudad. Nuestro señor Badis, Dios le guarde, ha infligido una
amarga derrota a los de la taifa de Sevilla. Pretendían quitarle el territorio
al hermano de Badis, Tamim de Málaga – comentó la más mayor
-- Si pues, no les salió muy
bien. Imagino la cólera del temible al-Mu´tadid de Sevilla, pero la culpa es
suya, por su avaricia y su afán de querer convertirse en amo y señor de
al-Andalus – añadió otra.
-- Dicen que su hijo fue enviado
por su padre a aquella campaña contra Málaga, pero según cuentan, el joven no
está hecho para el combate sino para la poesía. Dicen que desde su refugio en
Ronda no cesa de enviarle poemas a su padre para que le perdone su falta
cometida en Málaga – explicó una tercera mientras le cortaban el pelo.
Amina miró hacia sus amigas sin
entender bien de qué se trataba el asunto y dejó de prestar atención a la
conversación.
-- Mira, ahí está Soraya – señaló
Fátima hacia una mujer joven
-- Si, fíjate, hace sólo unos
días que dio a luz, está guapísima y se la ve muy feliz – comentó Aisha con una
sonrisa.
-- Luego la vamos a saludar. Yo
fui con mi madre a felicitarla a su casa. El niño es muy bueno, porque durmió
todo el tiempo que estuvimos allí – le contó Fátima a sus amigas.
Charlaron de forma distendida con
Soraya, antes de regresar a bayt al-barid (sala fría).
-- Vamos a sentarnos un rato para relajarnos
antes de volver a casa - dijo Amina
Así quedaron Fátima, Aisha y
Amina, descansando en el hammam al-Yawza …